centro cultural tina modotti Inviti superflui – Invitaciones superfluas
Tu diresti “Che bello!”. Niente altro diresti perché noi saremmo felici; avendo il nostro corpo perduto il peso degli anni, le anime divenute fresche, come se fossero nate allora.
Ma tu – ora che ci penso – tu ti guarderesti attorno senza capire, ho paura, e ti fermeresti preoccupata a esaminare una calza, mi chiederesti un’altra sigaretta, impaziente di fare ritorno. E non diresti “Che bello!”, ma altre povere cose che a me non importano. Perché purtroppo sei fatta così. E non saremmo neppure per un istante felici.
Vorrei pure – lasciami dire – vorrei con te sottobraccio attraversare le grandi vie della città in un tramonto di novembre, quando il cielo è di puro cristallo. Quando i fantasmi della vita corrono sopra le cupole e sfiorano la gente nera, in fondo alla fossa delle strade, già colme di inquietudini. Quando memorie di età beate e nuovi presagi passano sopra la terra, lasciando dietro di sé una specie di musica. Con la candida superbia dei bambini guarderemo le facce degli altri, migliaia e migliaia, che a fiumi ci trascorrono accanto. Noi manderemo senza saperlo luce di gioia e tutti saran costretti a guardarci, non per invidia e malanimo; bensì sorridendo un poco, con sentimento di bontà, per via della sera che guarisce le debolezze dell’uomo.
Ma tu – lo capisco bene – invece di guardare il cielo di cristallo e gli aerei colonnati battuti dall’estremo sole, vorrai fermarti a guardare le vetrine, gli ori, le ricchezze, le sete quelle cose meschine.
E non ti accorgerai quindi dei fantasmi, né dei presentimenti che passano, né ti sentirai, come me, chiamata a sorte orgogliosa. Né udresti quella specie di musica, né capiresti perché la gente ci guardi con occhi buoni. Tu penseresti al tuo povero domani e inutilmente sopra di te le statue d’oro sulle guglie alzeranno le spade agli ultimi raggi.
Ed io sarei solo. è inutile.
Forse tutte queste sono sciocchezze, e tu migliore di me, non presumendo tanto dalla vita. Forse hai ragione tu e sarebbe stupido tentare. Ma almeno, questo sì almeno, vorrei rivederti. Sia quel che sia, noi staremo insieme in qualche modo, e troveremo la gioia. Non importa se di giorno o di notte, d’estate o d’autunno, in un paese sconosciuto, in una casa disadorna, in una squallida locanda. Mi basterà averti vicina.
Io non starò qui ad ascoltare – ti prometto – gli scricchiolii misteriosi del tetto, né guarderò le nubi, né darò retta alle musiche o al vento. Rinuncerò a queste cose inutili, che pure io amo. Avrò pazienza se non capirai ciò che ti dico, se parlerai di fatti a me strani, se ti lamenterai dei vestiti vecchi e dei soldi. Non ci saranno la cosiddetta poesia, le comuni speranze, le mestizie così amiche all’amore. Ma io ti avrò vicina.
E riusciremo, vedrai, a essere abbastanza felici, con molta semplicità, uomo con donna solamente, come suole accadere in ogni parte del mondo.
Ma tu – adesso ci penso – sei troppo lontana, centinaia e centinaia di chilometri difficili a valicare. Tu sei dentro a una vita che ignoro, e gli altri uomini ti sono accanto, a cui probabilmente sorridi, come a me nei tempi passati. Ed è bastato poco tempo perché ti dimenticassi di me. Probabilmente non riesci più a ricordare il mio nome. Io sono ormai uscito da te, confuso fra le innumerevoli ombre. Eppure non so pensare che a te, e mi piace dirti queste cose.
Dino Buzzati, Inviti superflui, 1949
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Tú dirías: «¡Qué bonito!». Y no añadirías nada más, porque seríamos felices; nuestros cuerpos habrían perdido el peso de los años y nuestras almas habrían recuperado su frescor,como si acabaran de nacer en ese momento.
Pero tú —ahora que lo pienso— me temo que mirarías a tu alrededor sin entender, y te detendrías preocupada a examinar una de tus medias, me pedirías otro cigarrillo, impaciente por volver. Y no dirías: «¡Qué bonito!», sino otras nimiedades sin ningún interés para mí.
Porque, por desgracia, eres así. Y no seríamos felices ni siquiera un instante. Quisiera también —déjame decírtelo — atravesar contigo del brazo las grandes calles de la ciudad en un atardecer de noviembre, cuando el cielo es puro cristal. Cuando los fantasmas de la vida corren sobre las cúpulas y rozan a la gente negra que bulle en el fondo de esos fosos que parecen las calles, ya rebosantes de inquietudes. Cuando recuerdos de épocas felices y nuevos presagios pasan sobre la tierra, dejando tras de sí una especie de música. Con la cándida arrogancia de los niños miraremos las caras de los demás, miles y miles, que pasarán a nuestro lado como ríos. Despediremos sin saberlo un alegre resplandor y todos se verán obligados a mirarnos, no por envidia ni animadversión, sino esbozando una sonrisa, con un sentimiento de bondad,gracias a la noche, que cura las debilidades humanas.
Pero tú —lo sé muy bien— en lugar de mirar el cielo de cristal y las altas columnatas acariciadas por el último sol, querrás pararte a mirar los escaparates, los oros, las riquezas, las sedas, todas esas cosas mezquinas. Y no percibirás, por tanto,los fantasmas, ni los presentimientos que pasan, ni te sentirás llamada como yo a un alto destino. Ni oirás esa especie de música, ni comprenderás por qué la gente nos mira con buenos ojos. Pensarás en tu pobre mañana y las estatuas doradas de las agujas alzarán en vano sobre ti las espadas hacia los últimos rayos de sol.
Y yo estaré solo.Es inútil. Quizá todas estas cosas sean tonterías y tú seas mejor que yo, al no pretender tanto de la vida. Quizá tengas tú razón y sea una stupide intentarlo.
Pero eso sí, al menos quisiera volver a verte. Pase lo que pase, estaremos juntos y encontraremos la felicidad. No importa que sea de día o de noche, verano u otoño, en un país desconocido, en una casa desnuda o en un sórdido hostal. Me bastará con tenerte cerca. No me quedaré escuchando —te lo prometo— los crujidos misteriosos del techo, ni miraré las nubes, ni haré caso de las músicas ni del viento. Renunciaré a estas cosasinútiles que, sin embargo, amo. Tendré paciencia cuando no entiendas lo que digo, cuando hables de cosas ajenas a mí, cuando te quejes de los vestidos viejos y de la falta de dinero. Entre nosotros no habrá eso que llaman poesía, ni esperanzas compartidas, ni tampoco tristezas, esos grandes cómplices del amor.
Pero te tendré cerca. Y conseguiremos, ya lo verás, ser bastante felices, con mucha sencillez, solos los dos, un hombre y una mujer, como sucede en todas las partes del mundo. Pero tú —ahora lo pienso— estás demasiado lejos, a cientos y cientos de kilómetros difíciles de salvar. Tú estás dentro de una vida que desconozco, y a tu lado hay otros hombres a los que probablemente sonríes, como a mí en otros tiempos. Has tardado muy poco en olvidarme. Es posible que no logres siquiera recordar mi nombre. Yo ya he salido de ti, confundido entre las innumerables sombras. Y sin embargo no hago más que pensar en ti, y me gusta decirte todas estas cosas.
Dino Buzzati, Invitaciones superfluas, 1949
foto: Pinterest
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